En dosis excesivas cualquier fármaco es un veneno. Pero en la ciudad de los excesos ninguna dosis restablece el balance.
En el gabinete del chilango no falta el Costcoesco arsenal de Ibuprofeno y Paracetamol para hacerle frente a los dolores de cabeza ocasionados por el smog. El mismo enemigo requiere de numerosos sprays nasales “de agua del mar” que son el equivalente, diminuto, de las mangueras a presión usadas por los trabajadores de la ciudad para remover los chicles por las noches en la calle peatonal de Madero.
Para los traumas ocasionados por los temblores/ los atracos/ los cuchillazos/ los secuestros express/ all of the above reposa, sobre todo buró, el frasco de Clonazepam, que se complementa muy bien con los antidepresivos cotidianos y una infinidad de somníferos (ahí sí, cada quien su gusto) para llevarnos a la la land .
Y es que la ciudad requiere de filtros, muchos. De agua, para quitar las partículas de heces y las bacterias que se acomulan en un sistema que suficiente tiene con bombear millones de litros al día hacia arriba desde mantos acuíferos a cientos kilómetros de distancia como para pedir que también la limpie en el camino.
De aire, para eliminar el dióxido de carbono y otras partículas contaminantes ocasionadas por los incendios forestales y la quema de carbón o Diesel de fábricas aledañas; además del gas exhalado por millones de motores que, a pesar de estar diseñados para correr a más de doscientos kilómetros por hora, ven sus ambiciones frustradas al encontrarse atorados en aquellos largos estacionamientos que todavía se sueñan avenidas.
De UV, para los güeritos de ascendencia polaca como su servidor, que apenas se exponen al sol tropical y ya se están descarapelando como papas importadas del viejo continente, máxime cuando la enorme plancha de cemento llamada Centro Histórico se vuelve una cama de aluminio que proyecta desde abajo, el calor acumulado.
De ruido, en la forma de audífonos de cancelación de éste, o de doble ventanas, o de tapones, o de almohadas en doble piso, para combatir la cacofonía generada —en orden vertical descendente—por los aviones, helicópteros, gruas de construcción, cláxones, vecinos punchis punchis, altavoces, frenos, maquinaria pesada y no tan pesada y — en algunos casos— el metro.
Y psíquicos: las pastillas antes mencionadas, además de the usual suspects como la mota, las bebidas etílicas y otras sustancias que apaciguan por algunos instantes al sobre-estimulado sistema nervioso y ocasionan un actitud hiper duper blasé en honor al sociólogo Simmel, que escribía sobre el entumecimiento que producía la “gran metrópolis” Berlín…a principios del siglo pasado.
Y lo más impresionante de estas marmotas que pasan toda su existencia construyendo diques para contener el desbordamiento del Otro es que, en cuanto llega el fin de semana, no desean más que apretujarse para bailar y gozar. Lo cual tiene como resultado la dichosa visión de parejas y hasta triadas de todo tipo intercambiando fluidos y excreciones a plena luz del día sobre la banca más cercana.
Quién sabe qué nuevas modalidades de lo humano surjan a partir de estas uniones.
En una de esas nacen con los filtros integrados.
¡Inshallah!
Me encantó lo de las marmotas apretujadas jajaja
Muy bueno!