El tsunami violeta.
Los meteorólogos lo predijeron: esta vez sería violenta.
El conteo regresivo se extendió desde la cuadrícula hasta el Ángel en la forma una muralla de madera que permaneció por semanas.
Hasta que llegó el día.
"Estoy en mi balcón. Bajo la cabeza para ver, en mi celular, una toma aérea del Zócalo tapizado de violeta: la subo, y ahí está un helicóptero flotando sin moverse. Escucho en la radio entrevistas con las asistentes y, al anochecer, el retumbar de una fiesta de hip hop frente a la Comisión de Derechos Humanos.”
La congregación termina. Las calles se vacían. Josefina me saca a pasear. Mientras pesca los restos de comida por Cinco de Mayo, contemplo atónito la basura que la marea ha sacado a la superficie: “Juan XX, eres un violador”, “México violador”, “somos malas”, “Aborto legal, ya”, “AMLO puto”, “El Futuro es femenino”, “Un violador muerto ya no puede violar”, “El estado represor es un macho violador”, “Virgencita: ayúdame a llegar viva a casa”, “El Patriarcado ya cayó”…
Lo que no puedo plasmar aquí son las fotos espectrales de mujeres desparecidas; los mensajes desconsolados de hijas a madres y de madres a abuelas; las vaginas magistralmente dibujadas sobre muros junto a las palabras “no soy un objeto de consumo”; los miles de grafitis sobre el pavimento y los puestos de revistas; el enorme antimonumento rosa frente al palacio de Bellas Artes; y la visión de mujeres – y solo mujeres– bailando reggae sobre la Avenida Juarez junto a un campamento de indigenas desplazados.
Por la mañana, con una eficiencia que denota experiencia, los limpiadores de la playa ponen manos a la obra y desbaratan con rapidez los muros provisionales, exhibiendo las pristinas fachadas. Y me pregunto si aquellos turistas en safari que acaban de visitar el santuario con cráneos apilados en círculo bajo la calle de Guatemala establecen alguna relación entre esos homicidios y los que aun se plasma en forma de rayones sobre los pilares, las estatuas, el concreto…
Por la tarde la máquinas de agua a presión han hecho su labor. Al día sigiuente el Señor Presidente se felicita por la falta de violencia durante la manifestación.
—A mí me daría miedo, como hombre, aparecerme entre ellas: ¡imagínate la putiza que te pueden dar!— dice alguien sentado en la Alameda.
Meses han pasado desde aquel tsunami. No queda rastro. Pero este año nuevamente la Gran Vagina convocará al sórdido y necesario carnaval. Y me pregunto si en su despliegue las fuerzas de la ciudad harán uso de las mismas mamparas.
No las habrán limpiado: ¿qué necesidad, si de todas formas se volverán a quitar?
Entones quizás de la nueva disposición de este muro temporal surgirá un collage fragmentado de antigua rabia, sobre la cual se plasmará la actual. Y así seguirá este hincharse y retraerse de la marea, hasta que, de tanto plasmarse sobre el mismo muro la tinta rebase sus límites, se derrame por las calles y cubra por completo las intocalbes fachadas históricas.
De una vez, y por todas.