Al centro gravitan los lentes, las ropas, las joyas, las luces, los sombreros, los libros, los trámites, las bicicletas, las guitarras, las trompetas, los chapulines, los electrodomésticos, las artesanías, los perfumes, las botellas, los cuadernos, los lápices, los dulces, las pampas, los papeles, los pescados, las carnes…
Es un Aleph. Un Amazon antes de Amazon. Una plataforma arquitectónica centenaria organizada laberínticamente en categorías y subcategorias para facilitar el encuentro al mayoreo entre vendedor y comprador.
Inclusive edificios diseñados originalmente como viviendas son utilizados hoy en día como bodegas para resguardar la fayuca que se vende en la calle; condición paradójica en la que los objetos ocupan el espacio concebido para el ser humano mientras sus esclavos bípedos pasan el día en la intemperie.
La marea humana que inunda a diario la gran Tenochtitlán tiene horarios predilectos y cuando se retrae deja al descubierto a los que se quedan. Los reconozco al sacar a pasear al perro, cuando hacen lo mismo. En el juego: niños que convierten la calle en un campo de fútbol o en circuito de carreras en bici. O en el cigarro fumado regularmente sobre un poste por un hombre que seguro sale de su casa para gozar de una soledad pública.
Pero ni la nicotina ni las vejigas caninas pueden competir con el ritmo impuesto por un poder cuasi-mítico: el calendario legislativo del congreso de la ciudad. Cada vez que una ley se pasa, se veta o simplemente se discute, los afectados se aparecen acompañados con megáfono y hasta batucada, bandas de pueblo, o grupos de hip hop, a unos metros de mi departamento, convirtiendo a mi comedor en un boombox con todas las peticiones incumplidas de la urbe.
De tanto escuchar aquella música de fondo mientras preparo comida o desayuno, he reconocido dos fórmulas que se utilizan en la mayoría de las aglomeraciones, sin importar que los reclamos sean la falta de vivienda, la inseguridad, los permisos laborales, los derechos de animales, los derechos para pachequearse, el acceso a la salud, el alto a los feminicidios…:
- _¡Todos se preguntan y estos quienes son, son los XXXXX, defendiendo la nación!-_
- _XXXXX unidos, jamás serán vencidos. _
(Donde XXXXX es maestros, comerciantes, vendedores, residentes, el pueblo, pachecos… según aplique.)
El legítimo derecho de esta gente a manifestarse es protegido no solo por los pelotones de granaderos que amablemente los reciben formados en línea sobre las escaleras de la Cámara, sino también por elementos de la Secretaría de Seguridad Ciudadana que cierran el tráfico a la redonda, creando de pronto un oasis peatonal alrededor de mi casa que ha llegado a durar semanas y en las cuales no se escucha ni el pedo de un mofle.
Sin contar con experiencia en estas dinámicas, en las primeras semanas cometí el error de agendar la entrega de un repartidor de comida para la mitad del día, únicamente para encontrarme acechando frenéticamente a mi despensa fugitiva durante cuadras y cuadras. Y es que ni siquiera un comprobante de residencia funciona para abrirle paso a un vehículo en aquella fortaleza integrada por policías que la mayoría de las veces ni siquiera sabe por qué está ahí.
Esta tozudez de los elementos policiales con los vecinos del centro histórico la descubrí ya demasiado tarde, un miércoles, cuando me encontraba frente a la valla dentro de un Uber lleno de pesadísimas cajas de libros, al frente de una larguísima cola de muy encabronados conductores.
Tras gritarle pedantemente a las pobres policías que me dejaran pasar a mi hogar y ver que no cedían, me rendí y bajé las cajas refunfuñando, solo para dejarlas en una banqueta del otro lado de aquel límite y ver a mi Uber desaparece. No había manera de que pudiera cargar con todo de una sola vez, así que hice varias rondas entre la casa y aquellos confines vehiculares.
Y fue en ese ir y venir con cajas sobre la espalda bajo el ruido ensordecedor de los miles cláxones que me sentí por un momento como miembro de esa colectividad que todos los días es subyugada por la despótica circulación de la mercancía.
Y cuando por fin subí todo a mi casa y caí rendido sobre el sillón para tratar de encontrarle sentido a lo vivido me pregunté: ¿a qué movimiento social, cuerpo policial, o gremio comercial le paso la factura de la hernia?
Chapaux!! Gran narrativa y un sentido del humor único!
A wonderfully evocative essay, Alan!